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UTOPIA URBANA En inglaterra

La propuesta de Ebenezer Howard frente al desarrollo industrial del siglo XIX

grupo 8

ÌNDICE

1. Introducción

1.1 Sociedad industrial.

1.2 Ciudad Industrial.

 

2. La ciudad jardín de Ebenezer Howard

2.1 El origen del pensamiento utópico urbano.

2.2 Principios fundamentales de la ciudad jardín.

 

3. Caso de estudio: LETCHWORTH Garden city

3.1. Fundación y contexto de creación.

3.2. Morfología urbana.

3.3. De la utopía cooperativa al modelo de mercado.

3.4. Institucionalización del modelo.

 

4. Conclusión

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5. Bibliografía

ABSTRAC

Este trabajo indagará sobre las transformaciones urbanas producidas durante la industrialización del siglo XIX en Inglaterra y las consecuencias sociales, ambientales y espaciales derivadas de ese proceso. El crecimiento desmedido de la ciudad, junto con la contaminación, la falta de planificación y las condiciones precarias de vida, impulsaron la búsqueda de nuevas formas de organización urbana que pudieran reconciliar el progreso industrial con el bienestar colectivo. En este marco se desarrolla la teoría de Ebenezer Howard, quien propone un modelo de ciudad capaz de equilibrar los beneficios del campo y de la urbe mediante una estructura planificada, autosuficiente y verde.

Su pensamiento plantea la necesidad de concebir un sistema urbano que promueva la cooperación social y la integración con la naturaleza como ejes del desarrollo moderno. Finalmente, el trabajo analiza el caso de la Ciudad Jardín de Letchworth, primer intento de materializar dichas ideas, como ejemplo concreto de una utopía urbana que buscó responder a los desafíos del siglo XIX y cuya vigencia persiste en los debates contemporáneos sobre sustentabilidad, planificación territorial y calidad de vida en las ciudades actuales.

INTRODUCCIÓN

1.1 Sociedad Industrial

Durante el transcurso del siglo XIX, Europa atravesó una profunda transformación estructural impulsada por la Revolución Industrial, proceso que modificó de manera radical la organización económica, social y espacial de las ciudades. La introducción de nuevas tecnologías, la mecanización de la producción y la expansión del ferrocarril provocaron una acelerada migración del campo hacia los centros urbanos, generando un crecimiento demográfico sin precedentes.

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Este fenómeno tuvo como resultado la expansión caótica de las ciudades industriales, que crecieron de manera desordenada y sin planificación, dando lugar a extensos cinturones fabriles y barrios obreros densamente poblados. “Las ciudades crecieron a una velocidad sin precedentes, atrayendo a masas de campesinos desposeídos que buscaban en la fábrica lo que la tierra ya no podía darles” (Hobsbawm, 1998, p. 73).

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El nuevo paisaje urbano se caracterizó por la concentración de la industria, el hacinamiento y la degradación ambiental, consecuencias directas de un modelo de desarrollo orientado al capital y carente de políticas de salubridad pública. “La nueva riqueza industrial se acumuló en unas pocas manos, mientras la mayoría vivía en condiciones de miseria, hacinamiento y trabajo agotador.” (Hobsbawm, 1998, p. 82).

En ciudades como Londres, Manchester o Birmingham, las condiciones de vida de la clase trabajadora eran precarias: viviendas insalubres, calles sin pavimentar, falta de redes de agua potable y sistemas de saneamiento deficientes que favorecían la propagación de enfermedades epidémicas. A esto se sumaba la contaminación atmosférica derivada del uso masivo del carbón, que oscurecía el cielo urbano con un denso smog y afectaba gravemente la salud de los habitantes.

 

Estas problemáticas urbanas no solo pusieron en crisis las formas tradicionales de habitar, sino que también despertaron una reflexión social y moral sobre el impacto de la industrialización en la vida humana.

En este contexto, surgieron nuevas teorías y movimientos reformistas que buscaron repensar la ciudad como un espacio más justo, higiénico y armónico con la naturaleza. Entre ellos, destaca la figura de Ebenezer Howard, quien a fines del siglo XIX propuso un modelo urbano alternativo conocido como Ciudad Jardín, concebido como una respuesta integral a las disfunciones del sistema industrial y a los desequilibrios entre campo y ciudad. “La ciudad industrial creció sin medida, sin plan y sin alma, dominada por la lógica de la producción mecánica antes que por la vida humana” (Mumford, 1934/2010, p. 305).

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Imagen ilustrativa en el cual se ve la llegada de las fabricas a la ciudades, mostrando el contraste con el campo.

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Imagen ilustrativa en el cual se puede apreciar el cambio del paisaje urbano por la estructura de las industrias y su produccion en serie.

1.2 Ciudad industrial

La ciudad industrial surge como una consecuencia directa de la Revolución Industrial, entre finales del siglo XVIII y el siglo XIX, cuando el rápido crecimiento de las fábricas y de la población obrera transformó profundamente la estructura urbana y social de Europa. Este nuevo modelo de ciudad se caracterizó por la concentración de viviendas cerca de los centros fabriles, la densificación del espacio urbano y la pérdida del equilibrio entre naturaleza y vida cotidiana. El trabajo en serie y la expansión de las industrias impulsaron un proceso de urbanización acelerada, donde la ciudad se convirtió en sinónimo de producción, progreso técnico y movilidad laboral, pero también de hacinamiento, contaminación y desigualdad.

Desde el punto de vista espacial, la ciudad industrial se desarrolló de manera desordenada, sin planificación integral ni control público. Los barrios obreros crecían en torno a las fábricas y a las principales vías de transporte, mientras que las clases acomodadas se desplazaban hacia zonas más elevadas o periféricas, generando una marcada segregación social. La ausencia de espacios verdes, la contaminación del aire y del agua, y las deficientes condiciones sanitarias evidenciaban las consecuencias de un urbanismo guiado por el interés económico más que por el bienestar colectivo.“La ciudad industrial representa un momento clave en la historia urbana, donde las transformaciones físicas reflejan cambios sociales, económicos y tecnológicos profundos” (Benévolo, 1994, p. 45).

La ruptura con el entorno rural no solo supuso la pérdida del contacto con la naturaleza, sino también una crisis moral y cultural. Las relaciones sociales comenzaron a organizarse en torno a la producción industrial y a las jerarquías económicas, consolidando la división entre la burguesía y el proletariado. Las condiciones insalubres y la falta de servicios públicos impulsaron los primeros intentos de regulación urbana, como la creación de normativas de higiene, redes de transporte y planificación básica del espacio. Sin embargo, estos esfuerzos resultaron insuficientes ante el crecimiento desmedido de las ciudades industriales.

Frente a este panorama de desequilibrio ambiental, desigualdad social y deterioro de la vida urbana, comenzaron a surgir las primeras propuestas reformistas y utópicas que buscaban una alternativa al caos de la ciudad industrial. Estas ideas —entre ellas las de Owen, Fourier, Cabet y más tarde Howard— no solo representaron un cambio en la forma de concebir la ciudad, sino también una transformación en los valores culturales que la sustentaban, marcando el inicio del pensamiento utópico urbano y de los proyectos que darían origen al modelo de la Ciudad Jardín.

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Imagen ilustrativa mostrando la llegada del ferrocarril y el cambio de las calles entre las casas, de la trama de la ciudad.

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Fotografia que muestra la tipologia de viviendas de la ciudad de Londres, del siglo XIX.

La ciudad jardín de Ebenezer Howard

2.1 El origen del pensamiento utópico urbano

El utopismo urbano fue una corriente de pensamiento que, durante el siglo XIX, imaginó la posibilidad de reformar la sociedad mediante la creación de nuevas ciudades planificadas desde cero. Estas ideas surgieron como respuesta a las condiciones de la Revolución Industrial: la superpoblación de las ciudades, la miseria obrera y la pérdida de vínculos comunitarios.

Los utopistas urbanos creían que, a través de una organización racional del espacio, se podía construir una convivencia más justa, armónica y equilibrada entre el ser humano, el trabajo y la naturaleza. Como señala Choay, “la utopía urbana se presenta como una crítica práctica al orden industrial, una tentativa de reconciliar el espacio y la sociedad” (Choay, 1970, p. 54).s

Entre los principales representantes del utopismo urbano se encuentran Robert Owen, Charles Fourier y Étienne Cabet, quienes elaboraron proyectos de comunidades experimentales basadas en la cooperación y la igualdad.

Robert Owen (1771–1858), empresario y reformador galés, fue pionero en poner en práctica sus ideas. En su comunidad industrial de New Lanark (Escocia), mejoró las condiciones de vida y trabajo de los obreros, impulsando la educación y la vivienda digna. Más tarde fundó New Harmony (1825) en Estados Unidos, una comunidad cooperativa que buscaba eliminar la competencia y promover la propiedad comunal. Aunque el proyecto fracasó económicamente, marcó un precedente en la historia del urbanismo social.

Charles Fourier (1772–1837) diseñó los falansterios, grandes edificaciones que debían albergar comunidades de entre 1.500 y 1.800 personas. En ellos, la producción, la educación, el ocio y la vida cotidiana se integraban en un solo sistema cooperativo. Cada falansterio estaría rodeado de campos de cultivo, combinando el trabajo agrícola y el industrial. Esta organización espacial expresaba su ideal de armonía entre individuo y sociedad, y su convicción de que la arquitectura y el entorno podían moldear la moral y la felicidad humana.

Otro exponente fue Étienne Cabet (1788–1856), autor de Viaje a Icaria (1840), una novela que describe una comunidad comunista ideal, organizada en torno a la igualdad y la cooperación. Inspirado por su obra, Cabet fundó en Estados Unidos varias comunidades llamadas Icaría, con un modelo urbano racional y colectivo, aunque ninguna logró perdurar mucho tiempo.

Estas experiencias compartían un mismo espíritu: construir la sociedad del futuro a través de una nueva organización espacial. Todas aspiraban a resolver los conflictos del capitalismo industrial mediante la cooperación, el trabajo equilibrado y la vida comunitaria.

En este contexto surge Ebenezer Howard (1850–1928), quien hereda el pensamiento utópico del siglo XIX pero lo traduce en un modelo más realista y aplicable al mundo moderno. En su obra Garden Cities of To-Morrow (1902), Howard retoma los ideales de Owen y Fourier —la cooperación, la vida comunitaria, el equilibrio entre campo y ciudad— y los adapta al contexto urbano e industrial de su tiempo.

La Ciudad Jardín ya no es una comunidad aislada, sino una propuesta planificada y replicable, capaz de integrar la naturaleza y la vida urbana, con una base económica sostenible y gestión colectiva del suelo. De este modo, Howard transforma la utopía social en una utopía urbana moderna, que influirá profundamente en el desarrollo del urbanismo del siglo XX, desde las new towns británicas hasta los planes de ciudades satélite y los movimientos de urbanismo verde contemporáneo.

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2.2 Principios fundamentales de la ciudad jardín​

El modelo de la Ciudad Jardín se basaba en una serie de principios que trascendían la simple forma física del asentamiento. Como ya mencionamos, se trataba de una reforma moral y social que buscaba reordenar las relaciones entre las personas, la economía y el territorio. En este sentido la influencia del pensamiento georgista de Henry George fue decisiva en este punto: Howard adoptó la idea de la propiedad colectiva del suelo, según la cual las rentas generadas por el crecimiento urbano debían revertir en la comunidad y destinarse a financiar servicios públicos, evitando así la especulación y la desigualdad. Este principio de gestión comunal del territorio convertía la tierra en un bien social y no en una mercancía.

Asimismo, Howard se inspiró en los planteos del economista Alfred Marshall, quien defendía la descentralización de la industria y el trabajo como medio para mejorar la calidad de vida de los obreros. Esa idea se plasmó en la estructura descentralizada del modelo, donde cada Ciudad Jardín funcionaría como una comunidad autosuficiente e interconectada con otras por una red de transporte, conformando una constelación de núcleos urbanos equilibrados.

La Garden city responde a una lógica concéntrica, donde el centro cívico actúa como núcleo de la vida pública y cultural, rodeado por zonas residenciales, espacios verdes, equipamientos educativos y áreas industriales ligeras. Esta disposición buscaba equilibrar las funciones urbanas —vivir, trabajar, educarse y recrearse— evitando la segregación y la expansión descontrolada de las ciudades industriales del siglo XIX.

Howard proponía un modelo de tamaño limitado, de aproximadamente 30.000 habitantes, rodeado por un cinturón agrícola que garantizara el autoabastecimiento y evitara la especulación del suelo. De esta manera, el límite físico de la ciudad no era una restricción, sino una estrategia de equilibrio ecológico y social. Tal como lo señalo Frampton “La propuesta de Howard apuntaba a una síntesis entre la eficiencia urbana y la salud moral de la vida rural” (Frampton, 2009, p. 27), revelando una visión en la que el espacio urbano debía promover tanto el bienestar físico como el desarrollo ético de sus habitantes.

En el plano social y económico, la Ciudad Jardín se organizaba en torno a la propiedad colectiva del suelo, principio heredado del pensamiento georgista, según el cual las rentas del terreno debían destinarse al beneficio común y no al lucro privado. Este aspecto hacía del modelo de Howard una alternativa a la lógica capitalista del suelo como mercancía. La gestión comunitaria de los recursos urbanos implicaba una nueva ética de convivencia, basada en la cooperación y la justicia social. En palabras del propio Howard, “la tierra pertenece a la comunidad; de ella emanan las rentas que deben volver al pueblo en forma de bienestar y progreso” (Howard,1902, p. 45).

Las zonas verdes no eran solo elementos decorativos, sino componentes esenciales del equilibrio ambiental y del ideal de vida saludable. La ciudad se concebía como un organismo moral y físico, en el que cada parte cumplía una función dentro de un sistema integrado. Así, la organización espacial reflejaba un orden social donde la planificación urbana se ponía al servicio de la comunidad.

La fundación de las primeras ciudades jardín, Letchworth en 1903 y Welwyn en 1920, materializó por primera vez estas ideas. Sin embargo, su implementación evidenció tensiones entre el ideal reformista de Howard y las fuerzas del capitalismo industrial. Los empresarios y filántropos que apoyaron el proyecto compartían la visión de mejorar las condiciones urbanas, pero no siempre coincidían con la propuesta de propiedad colectiva ni con la dimensión utópica del plan. “El proyecto de la Ciudad Jardín representó un intento de reconciliar el ideal utópico de comunidad con las condiciones materiales de la economía capitalista” (Frampton, 2009, p. 29).

Howard aspiraba a una ciudad en la que “la vida urbana y la vida rural se fundan en armonía, y donde cada persona pueda contribuir al bienestar colectivo” (Howard, 1902, p. 87). Esta concepción no solo transformó la manera de pensar el urbanismo en su tiempo, sino que sentó las bases de movimientos posteriores orientados a la sustentabilidad, la planificación integral y la justicia social.

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El pensamiento de Ebenezer Howard representa la búsqueda del equilibrio entre el campo y la ciudad, en una época marcada por el crecimiento descontrolado de los centros industriales y la progresiva degradación ambiental.

 

En su obra Garden Cities of To-Morrow (1902), Howard sintetiza esta idea mediante su célebre diagrama de los “imanes” —el imán del campo, el de la ciudad y el de la ciudad-jardín—, donde la última representa la fusión de las ventajas de ambos mundos: “el encanto del campo y la energía de la ciudad se encuentran en una comunidad planificada para el bien común” (Howard, 1902, p. 16). En esta metáfora, la Ciudad Jardín actúa como un tercer espacio, una síntesis dialéctica que combina productividad y naturaleza, progreso y armonía.

El equilibrio que Howard propone no es solo físico o territorial, sino también social y moral. Mientras las ciudades industriales simbolizaban el desarraigo, la contaminación y la desigualdad, el campo representaba la pureza, el trabajo colectivo y la vida sana, pero carecía de oportunidades económicas y educativas. La Ciudad Jardín pretendía resolver esa tensión histórica al ofrecer una estructura autosuficiente donde el trabajo agrícola e industrial convivieran, y donde el bienestar individual dependiera del bienestar común. Tal como señala Mumford, “Howard no soñaba con una huida hacia la naturaleza, sino con una reconciliación entre la máquina y el jardín” (Mumford,1961, p. 44).

 

Desde el punto de vista social, el equilibrio campo-ciudad también implicaba una nueva cultura del habitar. Howard aspiraba a una comunidad donde las actividades productivas, educativas y recreativas estuvieran entrelazadas, fomentando la cooperación en lugar de la competencia.

 

En palabras de Frampton, “la Ciudad Jardín respondía a una necesidad cultural de reformular la vida urbana en términos de bienestar colectivo” ( Frampton, 2009, p. 28).

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Diagrama de Ebenezer Howard, fundador del movimiento urbanístico de la ciudad jardín.

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The Vanishing Point of Landlords’ Rent Diagrama que muestra cómo, en la Ciudad Jardín, las rentas del suelo pasan gradualmente del propietario privado a la comunidad, destinándose a fines públicos y sociales.

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Plano conceptual de la Ciudad Jardín de Ebenezer Howard, mostrando la integración de espacios urbanos, verdes y agrícolas, así como la organización de calles y servicios comunitarios.

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Imagen que ilustra el campo y la ciudad por separado y luego una combinación de ambas.

CASO DE ESTUDIO: LETCHWORTH GARDEN CITY

3.1. Fundación y contexto de creación

La fundación de Letchworth Garden City en 1903 marcó el paso de la utopía de Ebenezer Howard a su materialización concreta. En Garden Cities of To-Morrow, Howard propuso “una alternativa a la gran ciudad industrial: una comunidad pensada para integrar lo mejor del campo y de la ciudad, evitando lo peor de ambos” (Howard, 1902). Su modelo buscaba una sociedad cooperativa, donde la tierra fuera de propiedad común y las ganancias se reinvirtieran en el bienestar colectivo.El contexto de su creación estuvo determinado por las duras condiciones sociales y ambientales de la Inglaterra industrial. Las ciudades crecían sin planificación, con altos niveles de contaminación y hacinamiento. Frente a esto, comenzaron a surgir las primeras reformas urbanas que buscaban una ciudad más higiénica y equilibrada. Como señala Benevolo, “el urbanismo moderno nace como una reacción moral y técnica ante los males de la ciudad industrial, buscando restablecer la armonía entre las necesidades humanas y el entorno construido” (Benevolo, 1994).Para concretar su propuesta, Howard impulsó la First Garden City Ltd., que adquirió más de 2.400 hectáreas en Hertfordshire. Los arquitectos Barry Parker y Raymond Unwin diseñaron la ciudad combinando la lógica geométrica con un fuerte respeto por el paisaje. Su trazado equilibraba zonas residenciales, industriales y agrícolas, reflejando el ideal de una comunidad autosuficiente y en armonía con la naturaleza. En palabras de Howard, “el verdadero progreso consiste en unir lo mejor del campo y de la ciudad en una comunidad planificada para el bien común” (Howard, 1902). Letchworth se convirtió así en el primer experimento urbano que trasladó el pensamiento utópico al terreno de la práctica, inaugurando una nueva etapa en la historia del urbanismo moderno.

3.2 Morfología urbana: principio de planificación racional y equilibrio funcional

La morfología de Letchworth Garden City traduce a la forma física los principios esenciales formulados por Ebenezer Howard en Garden Cities of To-Morrow (1902), donde la ciudad debía representar la unión equilibrada entre el campo y la urbe. Su estructura planificada buscaba reemplazar el caos y la densidad de la ciudad industrial del siglo XIX por un modelo racional, saludable y autosuficiente, donde la organización espacial respondiera a una idea moral y social más que puramente técnica.

El plano diseñado por Barry Parker y Raymond Unwin en 1904 adoptó una morfología concéntrica, con un centro cívico y administrativo rodeado por zonas residenciales, industriales y recreativas, y finalmente un cinturón verde agrícola que actuaba como límite físico al crecimiento urbano. Este anillo exterior —visible en los planos históricos y aún perceptible en la morfología actual— constituía el elemento clave del equilibrio propuesto por Howard: una frontera natural que impedía la expansión descontrolada, garantizando la autosuficiencia productiva y preservando la relación con el entorno rural. Como señala Benévolo, el cinturón verde sintetizaba “la aspiración de reconciliar el trabajo agrícola con la vida urbana dentro de un sistema armónico y cerrado” (Benévolo 1994, p. 62).

A diferencia de las tramas ortogonales propias de la ciudad industrial, Parker y Unwin diseñaron calles curvas adaptadas al relieve, priorizando la integración paisajística y la escala humana. La jerarquía de avenidas, espacios públicos y zonas verdes generó una estructura legible y orgánica, que articulaba los distintos usos en función del bienestar colectivo. Según Frampton, Letchworth representó “el primer ejemplo moderno en el que la forma urbana se concibe como expresión directa de un ideal social y moral” (Frampton, 2009, p. 75).

Sin embargo, aunque la configuración espacial de Letchworth concretó gran parte del pensamiento de Howard —orden, equilibrio funcional y contacto con la naturaleza—, su desarrollo práctico se distanció del ideal cooperativo planteado originalmente. La gestión del suelo, controlada por la First Garden City Ltd., mantuvo elementos de planificación racional pero no alcanzó la propiedad comunitaria que Howard consideraba esencial para garantizar la equidad y la autosuficiencia económica. En términos formales, la ciudad respondió fielmente a su propuesta; en términos sociales, fue una utopía parcialmente realizada, donde la lógica de mercado limitó la dimensión colectiva de su morfología.

De este modo, Letchworth puede entenderse como la traducción física del ideal de Howard, pero también como su adaptación al contexto económico y político inglés. Su morfología sintetiza los logros y contradicciones de la Ciudad Jardín: una planificación avanzada, coherente con la idea de equilibrio entre campo y ciudad, pero que reveló la dificultad de mantener un modelo utópico dentro de un sistema industrial y capitalista.

3.3. De la utopía cooperativa al modelo de mercado

El elemento más revolucionario del modelo de Howard era la reforma del régimen de propiedad de la tierra ya que en la Inglaterra industrial era objeto de especulación privada: los propietarios se beneficiaban de las rentas generadas por el crecimiento de la ciudad, mientras que la población trabajadora vivía en condiciones precarias. “La tierra pertenece a la comunidad; no a individuos privados. De esta manera, el incremento de su valor, causado por el crecimiento de la ciudad, redundará en beneficio de todos sus habitantes.” (Howard, Garden Cities of To-Morrow, 1902, cap. 2)

Creada para gestionar la adquisición de tierras y la construcción del nuevo asentamiento, Letchworth funcionaba como una sociedad por acciones, en la que participaban inversores privados y filántropos interesados en el proyecto. Si bien el objetivo original era mantener un control comunitario de la tierra, el sistema dependía de la rentabilidad de los alquileres para sostener su funcionamiento, lo que introdujo una lógica empresarial que pronto entró en tensión con el ideal cooperativo enfrentado a las limitaciones del contexto real. Los altos costos iniciales, la escasa rentabilidad de las primeras inversiones y la necesidad de capital privado forzaron a los gestores del proyecto a flexibilizar los mecanismos cooperativos para asegurar su viabilidad.

La realidad económica y social del siglo XX introdujo transformaciones significativas que alteraron el equilibrio inicial, y con el tiempo, la ciudad adoptó una estructura económica más convencional, lo que diluyó parte de su espíritu reformista. “El ideal cooperativo de Howard se convirtió, bajo la lógica del mercado, en el arquetipo del suburbio ajardinado: la utopía social transformada en tipología inmobiliaria.” (Mumford, The City in History, 1961)

En este proceso, el modelo de Howard experimentó un desplazamiento conceptual: pasó de ser una utopía social de base cooperativa, concebida como alternativa al capitalismo industrial, a constituirse en una tipología urbana adoptada por el propio sistema capitalista para resolver sus problemas espaciales. La “Ciudad Jardín” dejó de ser una comunidad autogestionada y solidaria para transformarse en una forma urbana deseable y rentable, asociada a la calidad de vida suburbana, la vivienda unifamiliar y el ideal de naturaleza privatizada.

Este pasaje del ideal colectivo al modelo de mercado marca un punto de inflexión en la historia del urbanismo moderno, entendida como el proceso en el cual el diseño y la planificación de las ciudades comenzaron a ser objeto de reflexión teórica y de acción política. Antes de la formulación de Howard, el pensamiento urbano del siglo XIX estaba dominado por respuestas higienistas, funcionalistas y tecnocráticas frente al caos de la ciudad industrial. Figuras como Haussmann en París o Ildefons Cerdà en Barcelona proponían una modernización del espacio urbano basada en la racionalidad geométrica, la circulación eficiente y la mejora de las condiciones sanitarias, pero siempre dentro de los marcos del crecimiento capitalista y la centralización estatal. En ese contexto, la propuesta de Howard introduce una ruptura ideológica en la que plantea una ciudad no solo más ordenada y saludable, sino socialmente justa. “El urbanismo moderno nace como una respuesta ética a la ciudad industrial: no se trata solo de ordenar el espacio, sino de transformar la sociedad a través de él.” (Benevolo, L. Historia de la arquitectura moderna, 1960, p. 45)

Con el tiempo, la idea de equilibrio entre campo e industria —uno de los pilares conceptuales del modelo— se enfrentó a la expansión de la metrópoli londinense. A medida que Londres crecía, Letchworth y otras Garden Cities fueron absorbidas en su área de influencia, perdiendo la autonomía que las definía en la teoría. Aquellas comunidades concebidas como unidades autosuficientes pasaron a integrarse en un sistema metropolitano más amplio, transformándose en ciudades satélite, dependientes funcional y económicamente del centro urbano principal. Así, la constelación de Garden Cities, que Howard había imaginado como una red equilibrada de ciudades interconectadas, terminó configurando un modelo de descentralización controlada que, lejos de sustituir a la metrópoli, reforzó su estructura y su dominio territorial.

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3.4. Institucionalización del modelo

Tras el éxito simbólico de Letchworth Garden City, la utopía urbana de Ebenezer Howard comenzó a adquirir legitimidad dentro de las políticas públicas británicas. Su propuesta, originalmente concebida como un modelo cooperativo y socialmente reformador, fue progresivamente asimilada por el Estado en un proceso de institucionalización que preservó los aspectos morfológicos y funcionales del modelo, pero dejó de lado sus fundamentos ideológicos.

La ley de Vivienda y Planificación Urbana promulgada en 1909 constituyó el primer marco legal británico que permitió a los gobiernos locales planificar el desarrollo urbano antes de que ocurriera. Esta ley incorporó los principios de la planificación racional del territorio, la regulación del crecimiento urbano y la protección de espacios verdes, todos inspirados en las ideas de Howard. Sin embargo, su implementación no contempló la propiedad colectiva del suelo ni la organización cooperativa de la comunidad, pilares esenciales del pensamiento howardiano. El Estado adoptó la forma urbana de la Ciudad Jardín, pero no su contenido social y económico.

“La experiencia de las ciudades jardín, iniciada como una tentativa de reforma social, se convierte después en un método de expansión urbana regulada. El Estado interviene entonces no para transformar las condiciones económicas, sino para controlar el crecimiento de las ciudades mediante instrumentos técnicos.” (Benevolo, L. (1960), Historia de la arquitectura moderna, p. 352)

En ese contexto surgieron las denominadas “Garden Suburbs”, como Hampstead Garden Suburb (1907), promovida por Henrietta Barnett y diseñada por Raymond Unwin y Barry Parker. Estos proyectos replicaban la estética pintoresca, la trama orgánica y el paisaje ajardinado de las ciudades jardín, pero bajo un régimen de propiedad privada y con una orientación hacia las clases medias y altas. Así, el ideal igualitario y cooperativo de Howard se transformó en un modelo de suburbio burgués, donde la calidad ambiental y el diseño urbano pasaron a ser símbolos de estatus social más que instrumentos de justicia espacial.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el modelo fue reformulado en el marco del Estado de bienestar británico. La New Towns Act de 1946 impulsó la creación de nuevas ciudades como Harlow, Crawley, Stevenage o Basildon, con el objetivo de descongestionar Londres y ofrecer viviendas planificadas para la población desplazada por los bombardeos. Estas nuevas ciudades retomaron el principio de descentralización urbana y los cinturones verdes propuestos por Howard, pero su carácter fue fundamentalmente tecnocrático y estatal. El control del suelo pasó al Estado, y la planificación se concibió como una tarea administrativa y funcional, orientada a la eficiencia y no a la autogestión comunitaria.

En este proceso, la utopía social de Howard se diluyó. La planificación moderna incorporó sus mecanismos —zonificación, equilibrio entre áreas verdes y residenciales, separación de funciones—, pero despojada de su dimensión ética y cooperativa. Como advierte Leonardo Benevolo, “el urbanismo moderno se convierte en instrumento del Estado para gestionar la ciudad industrial, más que en un medio de reforma social” (Benevolo, Historia de la arquitectura moderna, 1960, p. 211). De este modo, el modelo de Ciudad Jardín, concebido como alternativa al capitalismo urbano, fue absorbido por las lógicas del poder institucional.

A lo largo del siglo XX, el concepto de “Ciudad Jardín” fue finalmente reapropiado por el mercado inmobiliario. La expresión pasó a funcionar como marca comercial, asociada a un estilo de vida suburbano, de baja densidad y alta calidad ambiental. Urbanizaciones privadas y conjuntos residenciales en todo el mundo comenzaron a utilizar el término para legitimar un modelo de consumo espacial, más vinculado al confort individual que al bienestar colectivo. Lo que en su origen había sido una crítica al capitalismo urbano se transformó en una de sus formas más rentables, evidenciando cómo las utopías urbanas pueden ser reinterpretadas y mercantilizadas por los mismos sistemas que pretendían superar. “La ciudad jardín se presenta con frecuencia como un arquetipo de suburbanización de baja densidad, insostenible y consumidor de suelo. (…) También ha sido utilizada deliberadamente por los promotores inmobiliarios para legitimar urbanizaciones cerradas y exclusivas.” Vernet, D., & Coste, P. (2017). “Garden Cities of the 21st Century: A Sustainable Path to Suburban Reform”, Revista Urban Planning (Volumen 2, número 4, 2017).

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Plano original de Letchworth Garden City, diseñado por Barry Parker y Raymond Unwin (1904).

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CINTURÓN VERDE

RESIDENCIAL

INSTITUCIONAL

AV. PRINCIPALES

RECREATIVO

ADMINISTRACIÓN

INDUSTRIAL

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Vista aérea contemporánea de Letchworth Garden City mostrando el cinturón verde y la integración de espacios urbanos y naturales.

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Howard presentando la primer Ciudad Jardín del mundo en la Coronación del Rey Jorge V, 1911

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Cartelería presentada por Howard en la Coronacion del Rey Jorge V

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Vivienda tradicional de Letchworth, 1905

CONCLUSIÓN

Si bien la idea de ciudad-jardín no se llegó a imponer como tal, representó un experimento urbano único en la historia del urbanismo moderno. El ideal de fusión entre lo rural y lo industrial se tradujo en una morfología coherente, socialmente innovadora y ambientalmente consciente, que introdujo por primera vez una visión integral del territorio.

Más allá de su limitada concreción, el modelo de Howard sirvió de referencia para controlar la expansión urbana desordenada y anticipó debates contemporáneos sobre sostenibilidad y justicia territorial.

Sin embargo, la viabilidad del proyecto se vio rápidamente comprometida. La Ciudad Jardín fue concebida para una población de 30.000 habitantes, pero incluso diez años después de la muerte de su fundador apenas había alcanzado la mitad de esa cifra. La falta de fondos y la dependencia del capital privado impidieron concretar el principio de propiedad comunal que debía sostener su autonomía económica. En ese desfasaje entre el ideal cooperativo y la realidad del mercado radica una de las tensiones más significativas del pensamiento de Howard.

Durante el proceso de investigación surgió, además, un hallazgo relevante: la coexistencia y el paralelismo entre la propuesta de Howard y la de Arturo Soria y Mata, creador del modelo de la Ciudad Lineal en Madrid. Ambos proyectos emergen en el mismo contexto histórico —la crisis de la ciudad industrial europea de fines del siglo XIX— y comparten el propósito de reconciliar campo y ciudad, naturaleza y técnica. Mientras Howard concibe una red de núcleos urbanos autónomos conectados por ferrocarril, Soria imagina una ciudad continua, extendida a lo largo de un eje de transporte. Este hallazgo permite comprender que la búsqueda de un nuevo orden urbano no fue un gesto aislado, sino parte de un movimiento más amplio de reforma territorial que atravesó a Europa en ese período. Como señala Leonardo Benevolo, “tanto Howard como Soria y Mata compartieron el intento de crear un nuevo equilibrio territorial frente al caos metropolitano, revelando las tensiones entre técnica, economía y utopía que acompañarían al urbanismo del siglo XX” (Historia de la arquitectura moderna, 1971, p. 278).

Howard aspiraba a eliminar la especulación inmobiliaria que caracterizaba a las grandes ciudades industriales y redistribuir equitativamente la riqueza generada por el desarrollo urbano. Sin embargo, los mismos rasgos que garantizaban su éxito formal —la calidad ambiental, la baja densidad y el atractivo del entorno verde— terminaron vaciando su contenido social, convirtiendo la utopía cooperativa en un modelo suburbano accesible solo para sectores medios.

Desde una lectura contemporánea, la experiencia howardiana ofrece lecciones y advertencias complementarias. Por un lado, demuestra que el diseño urbano puede efectivamente mejorar la vida cotidiana: la planificación con criterios de salud pública, espacio verde y escala humana es hoy una condición esencial de las ciudades sostenibles. Por otro lado, confirma que la forma urbana por sí sola no resuelve las relaciones de poder, propiedad y economía que determinan la distribución de los beneficios urbanos. Si la justicia espacial era el objetivo, la gobernanza del suelo y los mecanismos de financiación siguen siendo el campo decisivo donde se juega la viabilidad política de cualquier utopía urbana.

En el contexto latinoamericano, la Ciudad Jardín Lomas del Palomar, en Buenos Aires, constituye un ejemplo significativo de recepción y adaptación crítica del modelo. Aunque conserva la pauta espacial de Howard —abundancia de verde, escala barrial, centralidad de los equipamientos—, incorpora la lógica de mercado y las limitaciones institucionales del lugar y la época. Esta reinterpretación demuestra cómo las ideas urbanísticas viajan, se transforman y adquieren nuevos significados: la forma se mantiene hasta cierto punto, pero el contenido social original, basado en la propiedad comunal y la redistribución del valor del suelo, tiende a diluirse cuando el proyecto se financia y gestiona desde intereses privados o bajo marcos estatales distintos.

BIBLIOGRAFÍA

GRUPO 8

Delgadillo Damián  |  Fleitas GastónN  |  Palermo Laura  |  Torres Jhoana  |  Vargas Agustín

INTEGRANTES

Torres Jhoana | Palermo Laura | Vargas Agustín | Fleitas Gastón | Delgadillo Damián

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